Vivimos en una sociedad que, desde hace siglos, ha colocado etiquetas y expectativas sobre las mujeres, generando una presión sutil, a veces imperceptible, que va moldeando la percepción que tenemos de nosotras mismas. Es una carga que muchas cargan sin saberlo, una que se va instalando en el fondo de su identidad, llevándolas a cuestionar su propio valor.
El camino que muchas mujeres recorren es uno de logros, fuerza y sacrificios, y, sin embargo, en el día a día, muchas se ven arrastradas a las sombras de la inseguridad, creyendo que no tienen el mismo valor que otros. Enfrentamos una trampa silenciosa que nos susurra que, para ser aceptadas, debemos encajar en un molde predefinido, ya sea en el ámbito laboral, familiar o social. Nos sumergimos en la rutina, a veces sacrificando nuestros sueños y aspiraciones, y al hacerlo, olvidamos que somos mucho más que el rol que desempeñamos para otros.
Y es entonces cuando surge la pregunta: ¿por qué damos más importancia a lo que los demás piensan, que a la esencia de quienes realmente somos? “No es que me tengas una atención, es que me la merezco.” Esta frase resuena en lo más profundo de toda mujer que, al mirarse al espejo, sabe que su valor no depende de la mirada ajena, sino de lo que lleva en el corazón. No es una cuestión de pedir más de lo que merecemos, sino de reivindicar el respeto y la dignidad que siempre han sido nuestros.
La verdadera fortaleza de una mujer radica en su capacidad de enfrentar desafíos con la frente en alto, de amar incondicionalmente y de levantarse una y otra vez ante las adversidades. “Hoy soy” significa más que una afirmación: es una declaración de libertad y de reconocimiento del propio valor. Es el recordatorio de que el respeto, la igualdad y la dignidad no son favores, sino derechos, y que cada una de nosotras merece ser tratada con ellos.
En el ámbito profesional, personal y social, recordemos que nuestra presencia no es una concesión, sino una fuerza que transforma. No es que necesite que me des algo, porque lo tengo todo dentro de mí: lo que busco es respeto, y lo que ofrezco es autenticidad. No se trata de reconocimiento, sino de que, finalmente, te detengas a ver más allá de las apariencias y descubras el valor inquebrantable de quien soy.
Reflexión: La vida nos da múltiples papeles que desempeñar y muchos desafíos que enfrentar, pero siempre debemos recordar que somos suficientes tal y como somos. Valemos por lo que llevamos dentro, por la luz y la fuerza que hemos cultivado. No importa si el mundo lo ve, si los demás lo aceptan o si hay quien lo admire; lo verdaderamente importante es que nosotras mismas lo sepamos, lo honremos y lo celebremos cada día. Porque ser mujer es, en última instancia, una afirmación de poder y de dignidad, y, sobre todo, de autenticidad.
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